Museo a Cielo abierto

José Artigas

José Artigas

Retrato de Artigas, John P. Robertson

"Tal era Artigas en la época que lo visité: y en cuanto a la manera de vivir del poderoso Protector y modo de expedir sus órdenes, enseguida veréis (…) me hice a la vela atravesando el Río de la Plata  y remontando el bello Uruguay, hasta llegar al cuartel general del Protector en el mencionado pueblo de la Purificación.

Y allí (…) ¿qué creen que vi? ¡Pues, al Excelentísimo Protector de la mitad del Nuevo Mundo sentado en un cráneo de novillo, junto al fogón encendido en el piso del rancho, comiendo carne de un asador y bebiendo ginebra en guampa! Lo rodeaban una docena de oficiales mal vestidos, en posturas semejantes, y ocupados lo mismo que su jefe. Todos estaban fumando y charlando. El Protector dictaba a dos secretarios que ocupaban junto a una mesa de pino las dos únicas desvencijadas sillas con asiento de paja que había en la choza (…)

Para completar la singular incongruencia del espectáculo, el piso de la única habitación de la choza (que era bastante grande) en que el general, su estado mayor y secretarios se congregaban, estaba sembrado con pomposos sobres de todas las provincias (algunas distantes 1500 millas de aquel centro de operaciones), dirigidos a “S.E. el Protector”. A la puerta estaban los caballos humeantes de los correos que llegaban cada media hora y los frescos de los que partían con igual frecuencia. Soldados, ayudantes, escuchas llegaban a galope de todas partes. Todos se dirigían a “Su Excelencia el Protector”, y su Excelencia el Protector, sentado en su cráneo de toro, fumando, comiendo, bebiendo, dictando, hablando, despachaba sucesivamente los varios asuntos de que se le noticiaba, con tranquila o deliberada, pero imperturbable indiferencia (…). Creo que si los asuntos del mundo hubieran estado a su cargo, no hubiera procedido de otro modo. Parecía un hombre incapaz de atropellamiento y era, bajo este único aspecto (permítaseme la alusión), semejante al jefe más grande de la época (…)”.

La Misión de Dámaso A. Larrañaga en Purificación

“(…) A las cuatro de la tarde llegó el General. El Sr. Don José Artigas, acompañado de un Ayudante y una pequeña escolta. Nos recibió sin la menor etiqueta. En nada parecía un general, su traje era de paisano y muy sencillo: pantalón y chaqueta azul sin vivos ni vueltas, zapato y media blanca y un capote de bayetón eran todas sus galas y aún todo esto, pobre y viejo. Es hombre de una estatura regular y robusta de color bastante blanco, de muy buenas facciones, con la nariz algo aguileña, pelo negro y con pocas canas; aparenta tener unos cuarenta y ocho años. Su conversación tiene atractivo, habla quedo y pausado; no es fácil sorprenderlo con largos razonamientos, pues reduce la dificultad a pocas palabras y lleno de mucha experiencia tiene una previsión y un tino extraordinario. Conoce mucho el corazón humano, principalmente el de nuestros paisanos y así no hay quien le iguale en el arte de manejarlos. Todos le rodean y todos le siguen con amor; no obstante que viven desnudos y llenos de miserias a su lado, no por falta de recursos sino por no oprimir a los pueblos con contribuciones, prefiriendo dejar el mando al ver que no se cumplen sus disposiciones en esta parte y que ha sido uno de los principales motivos de nuestra misión”. (Diario del viaje de Montevideo a Paysandú, Dámaso A. Larrañaga, 1815)

Esta misión se produjo cuando Artigas anunció que dejaría el mando, al ver que sus resoluciones no eran cumplidas por el Cabildo de Montevideo.

El Presbítero Larrañaga participaba de las ideas artiguistas, había sido expulsado de Montevideo en 1811, junto con otros curas patriotas, como consecuencia del triunfo de Artigas en la Batalla de Las Piedras. Más tarde fue comisionado por los Orientales para representarlos ante la Asamblea Constituyente de 1813 en Buenos Aires, siendo portador de las Instrucciones del Año XIII. Fue fundador de la primera biblioteca pública, el 26 de mayo de 1816.

Textos seleccionados de José Artigas

Discurso de Artigas en el Congreso de Tres Cruces
4 de abril de 1813

Ciudadanos: El resultado de la campaña pasada me puso al frente de vosotros por el voto sagrado de vuestra voluntad general. Hemos corrido 17 meses cubiertos de la gloria y la miseria, y tengo la honra de volver a hablaros en la segunda vez que hacéis uso de vuestra soberanía. En ese período yo creo que el resultado correspondió a vuestros designios grandes. Él formará la admiración de las edades. Los portugueses no son los señores de nuestro territorio. De nada habrían servido nuestros trabajos, si con ser marcados con la energía y constancia no tuviesen por guía los principios inviolables del sistema que hizo su objeto. Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa por vuestra presencia soberana. Vosotros estáis en el pleno gozo de vuestros derechos: ved ahí el fruto de mis ansias y desvelos, y ved ahí también todo el premio de mi afán. Ahora en vosotros está el conservarlo.
Yo tengo la satisfacción honrosa de presentaros de nuevo mis sacrificios y desvelos, si gustáis hacerlo estable. Nuestra historia es la de los héroes. El carácter constante y sostenido que habéis ostentado en los diferentes lances que ocurrieron, anunció al mundo la época de la grandeza. Sus monumentos majestuosos se hacen conocer desde los muros de nuestra ciudad, hasta los márgenes del Paraná. Cenizas y ruinas, sangre y desolación, he ahí el cuadro de la Banda Oriental, y el precio costoso de su regeneración. Pero ella es pueblo libre. El estado actual de sus negocios es demasiado crítico para dejar de reclamar su atención.
La Asamblea General, tantas veces anunciada, empezó ya sus sesiones en Buenos Aires. Su reconocimiento nos ha sido ordenado. Resolver sobre este particular ha dado motivo a esta congregación, por que yo ofendería altamente vuestro carácter y el mío, vulneraría enormemente vuestros derechos sagrados, si pasase a decidir por mí una materia reservada sólo a vosotros.
Bajo ese concepto, yo tengo la honra de proponeros los tres puntos que ahora deben hacer el objeto de vuestra expresión soberana.
1º Si debemos proceder al reconocimiento de la Asamblea General antes del allanamiento de nuestras pretensiones encomendadas a vuestro diputado Don Tomás García de Zúñiga.
2º  Proveer el mayor número de diputados que sufraguen por este territorio en dicha asamblea.
3º  Instalar aquí una autoridad que restablezca la economía del país.
Para facilitar el acierto en la resolución del primer punto, es preciso observar que aquellas pretensiones fueron hechas consultando nuestra seguridad ulterior. Las circunstancias tristes a que nos vimos reducidos por el expulso Sarratea, después de sus violaciones en el Ayuí, eran un reproche tristísimo a nuestra confianza desmedida, y nosotros cubiertos de laureles y de glorias retornábamos a nuestro hogar llenos de la execración de nuestros hermanos, después de haber quedado miserables, y haber prodigado en obsequio de todos quince meses de sacrificios. El Ejército conocía que iba a ostentarse el triunfo de su virtud, pero él temblaba por la reproducción de aquellos incidentes fatales que lo habían conducido a la Precisión del Yí; él ansiaba por el medio de impedirla y creyó a propósito publicar aquellas pretensiones. Marchó con ellas nuestro diputado. Pero habiendo quebrantado la fe de la suspensión el señor de Sarratea, fue preciso activar con las armas el artículo de su salida. Desde este tiempo empecé a recibir órdenes sobre el reconocimiento en cuestión. El tenor de mis contestaciones es el siguiente:
Ciudadanos: los pueblos deben ser libres. Ese carácter debe ser su único objeto, y formar el motivo de su celo. Por desgracia, va a contar tres años nuestra revolución, y aún falta una salvaguardia general al derecho popular. Estamos aún bajo la fe de los hombres, y no aparecen las seguridades del contrato. Todo extremo envuelve fatalidad; por eso una desconfianza desmedida sofocaría los mejores planes; ¿pero es acaso menos temible un exceso de confianza? Toda clase de precaución debe prodigarse cuando se trata de fijar nuestro destino. Es muy veleidosa la probidad de los hombres, sólo el freno de la constitución puede afirmarla. Mientras ella no exista es preciso adoptar las medidas que equivalgan a la garantía preciosa que ella ofrece. Yo opinaré siempre, que sin allanar las pretensiones pendientes, no debe ostentarse el reconocimiento y jura que se exigen. Ellas son consiguientes del sistema que defendemos, y cuando el ejército las propuso, no hizo más que decir, quiero ser libre. Orientales: sean cuales fuesen los cálculos que se formen, todo es menos temible que un paso de degradación, debe impedirse hasta el que aparezca su sombra. Al principio todo es remediable. Preguntaos a vosotros mismos si queréis volver a ver crecer las aguas del Uruguay con el llanto de vuestras esposas, y acallar en sus bosques el gemido de vuestros tiernos hijos, paisanos: acudid sólo a la historia de vuestras confianzas. Recordad las amarguras del Salto; corred los campos ensangrentados de Bethlem, Yapeyú, Santo Tomé, y Tapecuy; traed a las memoria las intrigas del Ayuí, el compromiso del Yí, y las transgresiones del Paso de la Arena. ¡Ah, cuál execración será comparable a las que ofrecen esos cuadros terribles!
Ciudadanos: la energía es el recurso de las almas grandes. Ella nos ha hecho hijos de la victoria y ha plantado para siempre el laurel en nuestro suelo. Si somos libres, si no queréis deshonrar vuestros afanes casi divinos y si respetáis la memoria de vuestros sacrificios, examinad si debéis reconocer la asamblea por obedecimiento o por pacto. No hay un solo motivo de conveniencia para el primer caso que no sea contrastable en el segundo, y al fin reportaréis la ventaja de haberlo conciliado todo con vuestra libertad inviolable. Esto ni por asomo se acerca a una separación nacional: garantir las consecuencias del reconocimiento no es negar el reconocimiento, y bajo todo principio nunca será compatible un reproche a vuestra conducta, en tal caso con las miras liberales y fundamentos que autorizan hasta la misma instalación de la asamblea. Vuestro temor la ultrajaría altamente, y si no hay motivo para creer que ella vulnere vuestros derechos, es consiguiente que tampoco debemos temerle para atrevernos a pensar que ella increpe nuestra precaución. De todos modos la energía es necesaria. No hay un solo golpe de energía que no sea marcado con el laurel. ¿Qué glorias no habéis adquirido ostentando esa virtud?
Orientales: visitad las cenizas de vuestros conciudadanos¿ah, que ellas desde lo hondo de sus sepulcros no nos amenacen con la venganza de una sangre que vertieron para hacerla servir a nuestra grandeza!
Ciudadanos: pensad, meditad y no cubráis de oprobio las glorias, los trabajos de quinientos veinte y nueve días en que visteis la muerte de vuestros hermanos, la aflicción de vuestras esposas, la desnudez de vuestros hijos, el destrozo y exterminio de vuestras hacienda, y en que visteis restar sólo los escombros y ruinas por tantos vestigios de vuestra opulencia antigua. Ellos forman la base del edificio augusto de nuestra libertad.
Ciudadanos: hacernos respetar es la garantía indestructible de vuestros afanes ulteriores por conservarles.
A cuatro de abril de mil ochocientos trece.
Delante de Montevideo,

José Artigas

José Artigas, al muy benemérito de Buenos Aires
29 de Abril de 1815

Ciudadanos.
Cuando la división escandalosa que se fomentó entre nosotros llegó hasta el exceso de empaparnos en nuestra propia sangre y hacernos gustar por nuestra misma mano todas las amarguras, los malvados me presentaban a vosotros como autor de aquellas calamidades, escudando conmigo la intención iniqua que los movía. Hoy que felizmente su proscripción ha hecho caer el prestigio, yo debo a mis sentimientos y a vuestra justicia una muestra de los principios que me han animado.-Los derechos del pueblo oriental hollados, sus campañas asoladas, sus hogares abandonados al fuego, proscriptos sus enormes sacrificios, destruido su comercio, aniquilado cuanto pudiera servir a su fomento, atropellada ignominiosamente la seguridad individual. Tratados en esclavos con vileza; y declarados traidores y enemigos del estado, que tuvo más de un día de gloria por nuestros sangrientos afanes en su obsequio: esos han sido los motivos de una guerra que ha hecho la aflicción general; pero que por mi parte sólo fue dirigida contra los pérfidos, cuya expulsión sirve ahora de trofeo a nuestra gloria-. Un cúmulo de intrigas que se sucedían unas a las otras fueron el medio poderoso de que se sirvieron para mantener vuestro juicio en el engaño fatal que era tan necesario a sus proyectos sanguinarios. Ellos empeñaron siempre la mejor parte de vuestros anhelos, en fomentar una discordia que abría con una constancia terrible el sepulcro a la libertad general. Yo fui sometido a seguir las circunstancias, empleándome con tesón en trastornar sus miras; pero conciliando siempre mis afanes con el objeto primordial de la revolución. Vosotros estáis en el por menor de los motivos que hicieron las quejas del pueblo oriental los tres años anteriores; sin embargo, yo pude eludir siempre los lances abiertos, y nuestras disputas no fueron libradas al estruendo de las armas. Al fin, las medidas del gobierno se precipitaron. No se tuvo en vista la situación de los negocios públicos, la animosidad se dejó ver en toda su furia, y la sangre escribió las jornadas del Espinillo, la Cruz, Batel, Malbajar y los Guayavos, mirándose decretadas tan sangrientas expediciones, precisamente en los momentos en que la patria necesitaba más de la concentración de esfuerzos, restableciendo a todo costo la concordia pública para fijar cuanto antes un sistema general. Los restos de fraternidad que dejó libre el fermento de las pasiones matadoras, eran sólo destinados al dolor con que uno y otro pueblo miraba sus lutos, la angustia de sus esposas, las lágrimas de sus padres, y la vergüenza eterna a que los condenaba la historia que iba a transmitir a la posteridad el mundo espectador, sin que un cuadro tan cruel pudiese evitar la necesidad de fomentar el entusiasmo funesto que lo había producido, firmes siempre los tiranos en reproducir las ideas del carnaje y la desolación. Yo entretanto sólo ansiaba hacer servir mis triunfos en favor de la humanidad.
El grito del dolor era el primer homenaje que rendía a los laureles con que me decoró la fortuna, y sólo me fueron preciosos en cuanto los consideraba útiles al restablecimiento de la concordia. Así es que desde el carro de la victoria yo convidaba a mis adversarios a la paz, yo les extendía mis brazos implorándole, bañando a vista de ellos con  mi llanto unas coronas que veía salpicadas con la sangre de mis compaisanos; pero aquellos pérfidos haciendo servir nuestras virtudes a su plan desolador, se hacían sordos a mis instancias bienhechoras, o admitían una negociación para destrozar del todo la confianza pública, quebrantándola inmediatamente, después que sus malignas combinaciones podían lisonjearlos de estar en el tono bastante a sellar nuestra destrucción.
Su sistema en esta parte era inmutable. Vosotros mismos habéis sido testigos de la constancia criminal con que se manejaron aun en los últimos momentos, hasta que agotados sus recursos, entrando en el empeño, de todos los pueblos hicisteis nacer el período venturoso en que desplegando toda vuestra  energía, ostentasteis la grandeza y equidad que siempre os animó. Esa muestra de heroísmo era inherente a vuestro carácter, y yo esperé en todo tiempo,no habiendo jamás habido circunstancia alguna que me hiciese mirar como enemigo al pueblo de Buenos Aires, al pueblo generoso que, siendo el primero en proclamar la dignidad popular, sus esfuerzos por consolidarla sólo podían excitar en él la dulce y noble satisfacción de ver en los demás pueblos, los monumentos preciosos que se le erigiesen para inmortalizar la gratitud universal. Yo, a la vista de ese último suceso, me abandono a los transportes más dulces felicitando a ese digno pueblo en la aurora de la consolación. He apresurado todo lo preciso ante el excelentísimo cabildo gobernador de esa capital y su provincia, para que no se retarden por más tiempo la formalización de los medios que deben conducirnos al restablecimiento de la concordia, hasta darle un grado de estabilidad inviolable, de suerte que se borre para siempre el período desgraciado que, contra el voto de nuestros corazones, hizo tratar como enemigos a dos pueblos, cuyo fomento y esplendor son tan interesables al objeto sacroanto, en cuyo obsequio manifestaron juntos su importancia, derramando en consorcio torrentes de sangre y probando todas las amarguras en los diferentes contrastes a que los sujetó la guerra. Son tantos los trabajos que aun tenemos que afrontar para libertar la patria, que no podemos razonablemente ser inspirados de otra ambición que la de merecer las bendiciones de la posteridad.
Ella sola puede disfrutar plenamente de los benéficos frutos de nuestros brazos afanosos, y la pequeña porción que el atraso general deja a nosotros, aumenta en gloria lo que nos rebaja de tranquilidad, dejando al fin a nuestros hijos en nuestros sepulcros, el santuario donde adorar las virtudes cívicas creadoras de las dulzuras que los acompañarán desde su cuna venturosa. ¡Qué lleguen los momentos de la consolidación!
Ciudadanos, pueblo de Buenos Aires, vuestros hermanos los orientales no dudan que sus votos serán correspondidos, y abandonados al transporte de una perspectiva tan encantadora, olvidan sus quebrantos, y hacen sacrificios al Dios tutelar de la amistad de los pueblos, para que al recibir las felicitaciones que a su nombre tengo el honor de dirigiros, nada sea capaz de contrariar nuestra unión, y en lo sucesivo sólo se vea entre nosotros una sola grande familia de hermanos.
Cuartel general, 29 de abril de 1815,
José Artigas.      

José Artigas al Sr. Gobernador de Corrientes José de Silva
9 de mayo de 1815

Sr. Don José de Silva:
Paisano de todo mi aprecio: incluyo a usted respaldada la autorización que me pide sobre el cura Quirós. Ya impuse a usted sobre esta necesidad mandando sacerdotes a todos los curatos y  capillas que los soliciten, no precisamente fundando nuevos curatos, que para eso se requieren otras formalidades, sino habilitando a los vacantes y poniendo en ellos los ayudantes precisos para el más exacto cumplimiento del ministerio espiritual.
Igualmente, encargo a usted que mire y atienda a los infelices pueblos de los indios. Los del pueblo de Santa Lucía, lo mismo que el de Itatí, y de las Garzas se me han presentado arguyendo la mala versación de sus administradores.
Yo no lo creí extraño por ser una conducta tan inveterada: y ya es preciso mudar esa conducta. Yo deseo que los indios en sus pueblos se gobiernen por sí para que cuiden de sus intereses como nosotros de los nuestros. Así experimentarán la felicidad práctica, y saldrán de aquel estado de aniquilamiento a que los sujetó la desgracia. Cuando sostenemos la patria recordemos que ellos tienen el principal derecho y que sería una degradación vergonzosa para nosotros mantenerlos en aquella exclusión vergonzosa, que hasta hoy han padecido por ser indianos. Acordémonos de su pasada infelicidad, y si esta los agobió tanto, que han degenerado de su carácter noble y generoso, enseñémosles nosotros a ser hombres y señores de sí mismos. Para ello démosles la mejor importancia en los negocios. Si faltan a sus deberes castígueseles: si cumplen eso mismo será para que los demás se enmienden tomen amor a su patria, a sus pueblos, y a sus semejantes.
Con tan noble objeto le recomiendo a todos esos infelices. Si fuera posible que usted visitare a todos esos pueblos personalmente, eso mismo les serviría de satisfacción y a usted de consuelo al ver los pueblos de su dependencia en sosiego.
Don Francisco Ignacio Ramos, administrador de Itatí me ha escrito, indemnizando su conducta sobre el particular los indios la acriminan, y usted, como cuanto todo lo debe tener
más presente, tome sus providencias en la inteligencia que, lo que dicta la razón y justicia es que los indios nombren a sus propios administradores.
La representación que dirigí a usted fue del Cabildo de Santa Lucía, y la otra de algunos comerciantes de Goya: si no han llegado, llegarán, y entonces obrará usted en justicia.
No conviene que ningún europeo (sin distinción de persona) permanezca en empleo concejil, ni menos en los varios ramos de pública administración. Lo prevengo a usted para que se hay algunos en ejercicio sean depuestos, y colocados en su lugar americanos.
Páselo usted sin novedad, y disponga de la cordialidad con que se le oferta su paisano amigo y servidor,
José Artigas

José Artigas al Sr. Gobernador de Corrientes José de Silva
9 de junio de 1815

En tiempo que defendemos la justicia, es preciso que ella resplandezca en todas sus atribuciones. El pobre no está excluido de ella y es muy sensible verlos caminar inmensa distancia por una cortedad. Eso mismo manifiesta la justicia que expone Juan Antonio Ovelar contra el alcalde Cabral por no haber sido oído, ni menos a los testigos que acreditaban su propiedad. Esto ni es regular, ni decente, ni justo.
Óigale usted en caridad y practíquese esta  conducta con todos los infelices. Borremos esa manía o bárbara costumbre de respetar la grandeza más que la justicia. Los jefes deben dar ejemplo. Ya se lo tengo a usted prevenido, y creo, este recuerdo pondrá el sello a mis grandes deseos.
Saludo a usted con todo mi afecto.
Paysandú, 9 de junio de 1815,
José Artigas

José Artigas al Cabildo de Corrientes
4 de octubre de 1815

Quedo cerciorado por la honorable comunicación de vuestra señoría, datada en 25 del que expiró, del extraño movimiento que hizo esa ciudad para la deposición del gobernador Don José de Silva. Vuestra señoría, sin ser responsable, no puede calificar de justo este resultado. Más de una vez he indicado a vuestra señoría la necesidad de velar sobre la conducta del gobierno y exponer los males, si ellos eran de tanta trascendencia es tanto más increpable el silencio de vuestra señoría cuanto mas se empeña en dar un nuevo realce a la convulsión del 23. Yo no puedo graduar de causal suficiente para esta omisión el absoluto dominio que tenía el gobierno en la estafeta de correos. Acaso con mayores dificultades siempre llegarán a mis manos reclamaciones de particulares: ¿y vuestra señoría no pudo dirigirme las que atacaban directamente su dignidad, la economía de los fondos públicos, y la tranquilidad de toda la provincia?. Por los resultados vengo en conocimiento de los antecedes y me es bastante sensible anunciar a vuestra señoría que cuando ese ilustre ayuntamiento apoya tanto sus esfuerzos en la elección de los nuevos gobernantes, todos a porfía representan la desconfianza y el desorden de que es susceptible la provincia de Corrientes con sola su conservación, de manera que si Silva no era digno de sus votos, tampoco lo son los que hoy no merecen el mejor concepto entre sus conciudadanos.
Por lo mismo, y observando el abuso que se ha hecho de nuestras órdenes para este contraste, parto de otro principio en mis resoluciones. Reasuma vuestra señoría el mando el mando político y militar de la provincia, convoque a todos los comandantes oficiales y vecinos honrados, así de la ciudad como de la campaña, y que decida la pluralidad el sujeto en quien se haya de depositar el gobierno de la provincia, y con él su confianza. Entretanto, vuestra señoría, mantenga el orden, la quietud y el sosiego. Para que este sea del todo restablecido, antes de proceder al nombramiento de gobernador de provincia, califíquese por los mismos ciudadanos que han de efectuarlo, si son o no justificados los motivos que dieron mérito a la deposición de Silva, y sancionando este acto (del cual me informará brevemente vuestra señoría), pasará a efectuar el nombramiento arriba expresado. En la inteligencia que debe vuestra señoría proceder con la mayor delicadeza para que en todo se verifique la voluntad general. Por lo mismo convoque vuestra señoría a los comunes y jueces de todos los pueblos, sin excluir a los de los naturales para que concurran a la elección de un gobernador de la provincia. Así serán sus órdenes respetadas, y los ciudadanos depositarán su confianza en que pueda mantener el orden y asegurar en lo sucesivo la tranquilidad de esa provincia. Vuestra señoría queda encargado de ese deber sagrado, y espero lo desempeñará con la eficacia que corresponde a su alta representación.
En virtud del misterioso silencio que se guardó por esos magistrados hasta el 4 del que rige, en que recibí la honorable  de vuestra señoría y además, ya tenía dispuesto que vuestra señoría se recibiese interinamente del gobierno y se me remitiesen al ciudadano Miguel Escobar y Don Francisco de Paula Araujo para dar cuenta de sus operaciones. Lo que comunico a vuestra señoría para su cumplimiento.
Saludo a vuestra señoría con toda mi afección,
Cuartel General, 4 de octubre,
José Artigas

Proclama del General Artigas a los ciudadanos de Corrientes
9 de diciembre de 1815

Circular
Ciudadanos: Vais a decidir vuestra suerte en el acto mismo en que la provincia os llama para la elección de las autoridades que deban regiros el año entrante. La experiencia debe haberos enseñado que la confianza de los gobernantes es el principio de la salud de un pueblo. Sois libres para elegirlos y de vuestro feliz acierto va a depender no la salvación de un sujeto, ni de una sola familia, sino el bien general de toda  la provincia de Corrientes. Vuestros votos deben ser dirigidos a un fin tan digno. Este es el acto sagrado en que el pueblo expone sus derechos y descansa en la confianza de su gobernante para velar por la conservación de sus conciudadanos. Penetrado de esta importancia, he resuelto mandar cerca de vosotros un oficial de mi confianza que, autorizado con mi representación, haga las veces de un mediador para cortar toda rivalidad, y propender a que el gobierno se elija libremente en aquel sujeto que en vuestro concepto sea capaz de desempeñar con escrupulosidad todas sus atenciones. Por lo mismo he dispuesto que baje de cada comandancia un elector o diputado nombrado por el mismo vecindario para la ciudad de Corrientes. El majestuoso ilustre cabildo gobernante prefijará el día en que deban hallarse todos en aquella ciudad para que juntos con él y los cuatro electores que deben representar por el pueblo de Corrientes concurran a las casas consistoriales de Cabildo. Allí no solamente se elegirá un nuevo cabildo, sino un gobernador intendente de la provincia. Al mismo tiempo, se revisará por el Congreso el sumario seguido sobre la revolución del veinte de octubre pasado; en presencia de los hechos, y de los cargos y descargos resultantes por ambas partes, se procederá a deliberar lo que en justicia pareciese más conveniente. Yo espero que por vuestra parte no habrá otro objeto que sellar con vuestra elección la felicidad de la provincia.
Yo, por mi parte, no haré más que sostenerla. Por lo mismo, será forzoso que los electores, desprendidos de toda pasión, y sin atender la confusión que en estos casos introduce el espíritu de partidos, de egoísmo o ambición, se restablezcan sus sentimientos con las relaciones que puedan variarlos, y se dediquen únicamente al bien general. A esto exhorto y a ello los llama vuestra patria, cuando a su nombre los invito a instituir vuestro gobierno.

Cuartel general, 9 de diciembre de 1815
José Artigas  

José Artigas al Cabildo y Congreso de Corrientes
4 de enero de 1816

Quedo satisfecho con que vuestra señoría, y el respetable Congreso electoral lo estén en la nueva elección de las personas, que deben dirigir el gobierno el año entrante. Por la tranquilidad en que se ha celebrado ese acto tan sagrado creo que el pueblo  habrá satisfecho sus deseos, y los ciudadanos la confianza que deben tener en los magistrados para llenar sus preceptos. Yo en adelante los haré respetar. La variedad de los sucesos me ha enseñado que el orden no puede fijarse sin que haya una perfecta obediencia del súbdito al magistrado. Yo tengo la satisfacción de anunciarlo a ese respetable Congreso que los ha elegido para que los representantes de los pueblos lo hagan entender así a sus conciudadanos por que cualquier inobediencia será castigada con el rigor de la ley. Por consecuencia ningún recurso podrá ser hecho ante mí sin haber precedido el trámite preciso de ocurrir a sus jefes inmediatos, y solamente en el caso de haberse sellado por estos algunas providencia injusta podrá hacerse el competente recurso.
Por lo demás yo felicito a vuestra señoría y a mí mismo por el feliz resultado. No dudo que ese primer paso fijará el objeto de que el pueblo haya llenado sus deseos, y que este sea el principio de dar nervio a sus operaciones y propende a mantener el orden por el entable de nuestra suspirada libertad.
Por lo mismo es de mi aprobación la elección, y se procederá al recibimiento de los electos según el orden que tengo prefijado a mi comisionado San Martín.
Con este motivo tengo la honra de saludara vuestra señoría y reiterarle mis más cordiales afectos,

José Artigas

José Artigas al Cabildo Gobernador de Corrientes
9 de enero de 1816

Ya marcharon algunos indios de los que esas reducciones del otro lado con el objeto de traerse todos los que quieran venir a poblarse en estos destinos. Si mi influjo llegase a tanto que todos quisieran venirse, yo los admitiría gustosamente. Vuestra señoría por su parte hágales esa insinuación, que yo cumpliré con mi deber, pero si nada de esto bastare y continúan en  ser perjudiciales a ese territorio, vuestra señoría tome las providencias convenientes. Vuestra señoría se degrada demasiado en creer que trescientos indios sean suficientes de imponer a la provincia de Corrientes. Su gobierno debe ser más enérgico para que sus conciudadanos no experimenten la ruina que nuestra señoría indica.
Cuando los indios se pasan del otro lado es por vía de refugio; no de hostilización. En tal caso ellos estarán sujetos a la ley que vuestra señoría quiera indicarles, no con bajeza, y sí con el orden posible a que ellos queden remediados, y la provincia, con esos brazos más a robustecer su industria, su labranza y su fomento. Todo consiste en las sabias disposiciones del gobierno. Los indios, aunque salvajes, no desconocen el bien, y aunque con trabajo, al fin bendecirían la mano que los conduce al seno de la felicidad, mudando de religión y costumbres. Este es el primer deber de un magistrado que piensa en cimentar la pública felicidad. Vuestra señoría encargado de ella podía, de tantos enemigos como tiene el sistema y emigrados, señalarles un terreno de esos individuos, donde se alimentasen y viviesen bajo un arreglo siendo útiles a sí y a la provincia según llevo indicado. Vuestra señoría adopte todos los medios que exige la prudencia, y la conmiseración con los infelices, y hallará en los resultados el fruto de su beneficencia.
Tengo la honrosa satisfacción de indicarlo a vuestra señoría y enviarle con este tan noble objeto mis más cordiales afectos.

José Artigas

José Artigas al Cabildo Gobernador de Corrientes
24 de enero de 1816

En contestación al honorable de vuestra señoría de 17 del que gira, quedo cerciorado de la gratitud de la provincia y que ella coadyuvará con sus esfuerzos a realizar los intereses sagrados análogos a su felicidad. Éste es mi objeto, el que he repetido a vuestra señoría en varias ocasiones, y el que se formalizará con la unión indisoluble que en el día nos caracteriza. Por ella espero, que vuestra señoría dirigirá sus más cordiales votos, depositando la pública confianza en sujetos capaces de desempeñarla.
Tengo la honrosa satisfacción de dedicar a vuestra señoría mis más respetuosas consideraciones y saludarle con todo mi afecto.

José Artigas